jueves, 3 de julio de 2008

AFRO, ¡ERES UNA MALDITA COMPRADORA COMPULSIVA!




Afrodita Cassanova es, como deben suponer, una persona bastante particular, partiendo por su nombre. Fuimos compañeros de curso desde sexto básico, aunque empecé a conocerla el día en que me mostró su maldad. Abiertamente.

De ahí que somos parte de una “amistad fraternal”, que recordamos cada vez que vestimos el polerón café con rayas rojas y amarillas que ambos tenemos, o cuando pensamos o nos referimos al sexo opuesto.

Afro sabe todo o casi todo de mi, así como yo sé casi o todo de ella. Yo soy un tacaño y ella es una compradora compulsiva, como casi todas las mujeres.

No hay nada más horrible que caminar con ella por el Bio Bio o por cualquier lugar donde se transen productos y servicios; todo lo quiere, todo lo prueba, y, si puede, todo lo compra.

El persa Bio Bio es un lugar de amplia extensión, y que está ubicado en la Comuna de Santiago. Al igual que en Patronato, hay mucha ropa y accesorios principalmente dedicados al público femenino. La tía de Afro tiene un puesto de comida, y ella de repente la ayuda a captar clientes. Por cada jornada, recibe unas cuantas lucas que gasta a penas las recibe.

“¿Canto cuesta este?”, “¿Cuándo te llega el Dolce & Gabanna?”. “¡Qué lindo el brillito!”. Lejos la tortura más grande es caminar con ella a través de los pasillos de una galería, centro comercial, o el comercio ambulante, independiente de donde se encuentre.

Su dinero no puede estar más de un día en su billetera, la cual de vez en cuando pierde o se la roban. El asunto es que su dinero no puede estancarse, debe circular a como de lugar.

Durante un buen tiempo trabajamos juntos animando cumpleaños y eventos infantiles, vestidos de lindos trajes de colores extravagantes. Por cada jornada ganábamos en promedio 7 mil pesos, lo que en un par de semanas se convirtió en una suma no muy despreciable.

Durante ese tiempo, Afro cambió su look más de tres veces, compró ropa y muchas chucherías. Yo, la guardé en mi cuenta a la espera de tiempos de escasez. A los pocos días me llamó para pedirme si le podía prestar plata: las mechas o no se qué cosa que se había hecho –por las que pagó el equivalente a 3 eventos- se le habían desteñido, su pelo lucía horrible y no le quedaba dinero suficiente para solventarlo. Le tuve que prestar 10 mil pesos.

Yo tenía 120 mil pesos en mi cuenta, mientras ella tenía 10 mil en contra.

Hasta el día de hoy me jura que me va a pagar, pero tengo la certeza que entre pagar sus deudas y gastar el dinero en cualquier otra cosa optará por lo segundo, tal como el resto de las mujeres chilenas que cada vez que van a pagar la cuenta se llevan un par de botas, una chaqueta o la oferta de último minuto, casi a modo de souvenir. Total, el tiempo pasa y las cuotas ni se sienten.

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